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Moisés y Sandra

  • María Carolina
  • 19 oct 2016
  • 4 Min. de lectura

Elvira tenía 28 años y aquel día llegó al barrio de regreso cargando a sus dos hijos, y a decir de las vecinas, el marido la mandó al diablo por exigente y mandona.

Cerca de ella vivía su hermana mayor, casada e igual de exagerada y gritona que Elvira, y ésta se instaló en la casita que había sido de sus padres, por el mismo rumbo.

Ahí mismo, Moisés tenía un cuartito humilde que él mismo construyó con lo más indispensable. Vivía solo desde niño, quedó huérfano y las buenas vecinas lo asistían hasta que él aprendió mil oficios que desempeñaba a la perfección (“la carga hace andar al burro” -dicen por ahí), y ahora todos lo requerían y le pagaban. Tengo que aclarar que Moi tenía 14 años.

Así que no era raro ver a Moi en casa de Elvira haciendo algún mandado o bien arreglando sus aparatos de luz o poniendo el gas, etcétera.

El problema comenzó cuando Elvira mostró un marcado embarazo y estalló el escándalo. En un barrio las cosas pasan pronto y se olvidan, pero para Moi comenzó la pesadilla, pues la hermana y el tío de Elvira, un tipo cruel y agresivo, lo obligaron a juntarla y hacerse responsable de ella y sus dos hijos, y Moi, miedoso y de nobles sentimientos, tuvo que ceder.

Y así Moi, casi un niño, terminó bajo el mando de Elvira, que no lo quería y se aprovechaba de su bondad; y así pasó el tiempo.

Y 18 años después Moi era padre de 7 hijos y estaba guapísimo, como aseguraban las damas del barrio, y Elvira cada vez más vieja y celosa.

Cuatro años antes, Sandra, mi amiguita de la infancia, había salido del barrio vestida de novia y también regresaba fracasada y, a Dios gracias, sin niños. Pronto Sandra se repuso, y con la ayuda de sus padres comenzó a trabajar y a ponerse más guapa que antes.

Una noche, Sandra regresaba del trabajo y llovía mucho, y así lloviendo tuvo que bajarse del camión e inmediatamente buscó un lugar para protegerse. No se movía, porque en ese mercadito acostumbraban abrir las alcantarillas para que el agua se fuera y no se veía nada. De pronto vio a Moi que la tomó del brazo y la invitó a pasar a la bodega donde trabajaba, y que a esa hora estaba sola.

Sandra temblaba de frío, y Moi, protector y amable, le prestó un suéter. Luego me contaría Sandra que no supo cómo se vio en los brazos de Moi y rodaron sobre los costales vacíos. Sandra también me diría que para ella y para Moi fue SU PRIMERA VEZ, porque habían tenido pareja, pero ahora estaban HACIENDO EL AMOR. Sandra sintió a Moi estremecerse; no necesitaron hablar, esa noche se fundieron en uno solo.

Dicen que el dinero, el embarazo y la felicidad no se pueden ocultar. Y así fue, Moi reía a todas horas y Sandra cantaba, y sólo con la mirada se decían todo lo que sentían.

Sandra también me confiaría cómo giraron ambos en una burbuja de alegría de promesas, de amor verdadero… el que estallaba con sólo tocarse las manos.

Pero todo lo bueno se va o se muere -decía mi abuela-; y así fue, desgraciadamente.

Elvira era un garañón en celo y algo sospechó que no pudo confirmar, pero hizo la vida de Moi un infierno, humillándolo delante de sus hijos, a los que Moi adoraba, hasta que pelearon tan fuerte que Moi le gritó que hasta ahí aguantaba, que iba a dejarla porque por primera vez amaba a alguien y que no olvidaría a sus hijos, pero se iba para siempre. Y salió Elvira tras él gritando las peores cosas, y él no regresó.

Iba caminando resuelto, liberado, FELIZ, y Sandra también salió de su casa rumbo al trabajo, y él con la mirada quiso decirle que por fin estarían juntos, pero ya no hizo nada, se llevó las manos al pecho y murió ahí, cerca de Sandra, que con lágrimas en sus ojos no dejaba de gritar “¡Por favor un médico, por favor!...”.

No pudieron hacer nada. Pienso que de tanta dicha, a Moi le estalló el corazón.

En el velatorio vimos de lejos a Elvira, haciendo escándalo, como siempre, y Sandra quería gritarle que era una maldita, que abusó de un niño y de su ingenuidad para obligarlo a cargar con ella y su amargura, y le quitó su derecho a la felicidad. Pero mamá y yo la abrazamos y no le permitimos hacerlo.

Nos acercamos a su ataúd y me pareció que sonreía, con esa paz que sólo las personas buenas se ganan.

Sandra quiso también darle el último beso, pero no pudo; sólo le dedicó su última mirada y lo dejó marchar.

Salimos de ahí sin darle el pésame a Elvira, y vimos con pena cómo le lloraban sus hijos; su tristeza, parecida a la de Sandra, porque ellos en realidad lo amaban. Ahí quedaba Elvira sin Moi. De pronto sintió que estaba parada al inicio de un túnel y le dio miedo su futuro, porque ya estaba sola con la soledad que ella con su actitud buscó.

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