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El gallito flojo

  • María Carolina
  • 30 nov 2016
  • 2 Min. de lectura

(Cuento para niños)


En aquella granja todo era una rutina. El Gallo Mayor ya estaba viejo y se sentía muy cansado. Ya era mucho tiempo de cantar de madrugada y así avisar a los trabajadores que era su hora de comenzar la jornada. Los señores con gusto iniciaban sus labores, los ordeñadores, la cocinera, los jornaleros, todo con orden y continuidad.

Su hijo el Gallito, era el orgullo del Gallo Mayor. Era flojo y no tenía responsabilidad alguna, se la pasaba correteando a las gallinas y alborotaba los gallineros y perdía el tiempo todo el día.

Un día el Gallo Mayor enfermó y el Gallito fue obligado a cumplir los deberes del papá, y así tomaría su lugar por unos días.

Al día siguiente, el Gallito se quedó dormido. Los empleados, pensando que aún era de noche, llegaron tarde. Los ordeñadores quedaron mal con la entrega de la leche. Los jornaleros, encargados de dar alimentos a los caballos, cerdos, gallinas, etcétera, terminaron muy tarde sus labores. Y la cocinera, queriendo recuperar el tiempo, puso al máximo las flamas de la estufa y se le quemó el almuerzo y dio muy tarde de comer a los patrones.

Para todos, ese día fue un caos total.

El Gallito comprendió que todo lo sucedido fue por su culpa, y avergonzado habló con el Gallo Mayor, que estaba muy molesto y esperaba más de su hijo, y lo reprendió fuertemente, y el Gallito prometió que de ahí en adelante sería el Gallo más responsable.

Al día siguiente cantó el Gallito más temprano que nunca y se sintió orgulloso de ver cómo los trabajadores corrían gustosos a cumplir sus obligaciones; y a tiempo. Desde entonces, el Gallito es muy madrugador, y como lo prometió, no se ha vuelto a quedar dormido.


Febrero 2015

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