Marco y la bruja
- María Carolina
- 23 ago 2017
- 6 Min. de lectura

Marco manejaba esa noche por la carretera rumbo al norte. Casi llegaba a Villa Ahumada. Se sentía muy cansado después de muchas horas de camino, pero lo animaba entregar la mercancía y seguir teniendo trabajo, así solventarían sus gastos él y su mujer, estaban recién casados y esperaban a su primer hijo. Estaban muy enamorados, y cómo no quererse, si Dafne era una muchacha sencilla, noble y muy ahorrativa y él vivía para ella.
Sabían que un bebé sería su más grande felicidad, pero también habría muchos gastos y responsabilidades, y bien que la sufrían y se sacrificaban en gustos y salidas para pagar los pocos muebles que tenían y su casita de interés social.
Todo esto pensaba Marco, quien seguía manejando, y al pasar una ranchería alcanzó a ver cómo mucha gente corría tras alguien, y fijándose bien se dio cuenta que era una señora. Ellos llevaban antorchas y le arrojaban piedras, y a pesar de sus años la señora corría con desesperación y llevaba su ropa rota por ir a toda prisa entre las ramas y la hierba crecida en un vano intento de perderse de quienes la perseguían. Y Marco a pesar de ir por la carretera no dejaba de verlos y casi sentía el miedo de la mujer. La gente no dejaba de gritarle: “¡Bruja!”, “¡Maten a la bruja!”.
Un poco lejos de esa parte había un pueblito pequeño de donde quizá eran todos. Marco había bajado la velocidad y a esa hora pocos transitaban por la carretera, y los que pasaban y veían la escena poco les importó y pasaron de largo, pero a Marco sí le dolía el miedo y la impotencia de la mujer por no poder defenderse. Sin pensarlo más, bajó de la carretera y tocó repetidas veces el claxon mientras se acercaba a la muchedumbre. Ellos eran veintitantos, entre hombres y mujeres, quienes asustados ante lo que no esperaban, echaron a correr por rumbos diferentes.
La señora casi sin aliento agradeció a Marco haberla salvado, y él, sabiendo que la señora estaba tensa y cansada, la invitó a Villa Ahumada, arriesgándose porque no pueden llevar mujeres en sus camiones, pero tampoco podía dejarla ahí por el peligro que corría.
Llegaron y Marco la dejó en un restaurancito de gente conocida y les pidió la cuidaran y le dieran de cenar, y a ella le pidió lo esperara.
Marco tardó unas horas en descargar la mercancía, y al finalizar regresó y ahí lo esperaba la señora que luego supo que se llamaba Argelia. Ya casi era de día y así pudo darse cuenta que ella era mayor de lo que parecía, pero no precisó una edad. Ella ya no tenía miedo, estaba tranquila y él se sintió mejor.
Platicaron mucho. Él le contó de su esposa, del hijo que esperaban y del amor que se tenían, y también de los apuros económicos que pasaban, pero agregó: “¡Somos felices, nos queremos mucho!”, y Argelia lo escuchó atenta.
Luego Marco le preguntó por qué la perseguían y Argelia le contó que de su abuela aprendió el conocimiento de las hierbas medicinales y atendía a la gente que confiaba en ella, y además tenía el don de ver en el agua, lo que llamó la atención de Marco, quien le preguntó: “¿Y cómo es eso, señora Argelia?”. Muy sencillo, -dijo ella-. Llena tu vaso de agua y regresa. Así lo hizo Marco y ella comenzó: “Naciste en un rancho y tienes una cicatriz en tu brazo derecho, un perro te mordió cuando eras adolescente; tu papá murió hace unos años a consecuencia de una caída del caballo y tú te hiciste responsable de tu mamá, una señora morena de mirada dulce y de trenzas, y vives pendiente de que no le falte nada ni a tu familia, por eso trabajas de trailero. Tu mujer tendrá un varoncito, será muy parecido a ti, bueno y trabajador, y te digo que también nacerá con un don.
“¿Todo eso ve ahí, doña Argelia?”, y ella le dijo que sí. “Veo todo de la persona que tenga frente a mí. También te digo que tu hijo nacerá antes de nueve meses”, y Marco se preocupó, y Argelia le dijo “no te apures, todo estará bien”.
Y volviendo a lo mío, -le dijo Argelia-, nunca tuve problemas, no le hago mal a nadie, mis hierbas son para curar. El lío comenzó cuando la chismosa del pueblo me dijo que la enseñara a curar, que ella también tenía derecho a ganarse unos centavos así como yo lo hacía, y yo le dije “¿Sabes cuándo te voy a enseñar?”. “¿Cuándo?”, me preguntó. “Nunca”, le dije, porque lo que sé viene de generaciones, y a mí me lo enseñó mi abuela. Yo ya enseñé a mi hija, quien está enseñando a mi nieta y ella seguirá haciendo lo mismo. Y no lo hacemos por ganar dinero; lo hacemos para ayudar, y tú sólo quieres ganar dinero. Se fue muy enojada y comenzó a decir que yo era bruja y que por eso el pueblo andaba mal, que yo les traía desgracias, y lo demás, ya lo sabes.
Después, Marco la llevó al mercado donde le compró un vestido y zapatos, y le dijo Argelia: “Muchacho, no gastes en mí”, y Marco le contestó: “Usted hoy necesita, doña Argelia. Sólo le pido por favor me deje descansar unas tres horas y la llevo a donde vaya”.
Cuando Marco vino más descansado, Argelia le dijo: “Llévame a mi pueblo, por favor”. Pero cómo, -le dijo Marco,- ¡la pueden matar! Ya no, -dijo Argelia-. Tú los asustaste, y al verte llegar tendrán miedo y ya no me molestarán, ¡los conozco bien!
Marco enfiló por la carretera de regreso y a mediación de camino le dijo ella: “Por favor detente”. Marco obedeció, y en un acotamiento estacionó el tráiler y bajaron, y comenzó a seguir a Argelia. No fue mucho lo que caminaron. Ante ellos se hallaba una barda de piedra suelta, de esas que dejaron los revolucionarios, y al llegar a un árbol grande Argelia contó 21 pasos a la izquierda y con un cuchillo comenzó a excavar, y Marco sin preguntar la ayudó, y a poca profundidad se encontraba un cofre mediano. De él Argelia sacó una bolsa de lona y se la dio a Marco y le dijo: “Ten hijo, son 30 centenarios, los vas a necesitar...”. ¡Pero señora!, -le dijo Marco-. Yo la ayudé desinteresadamente. Y así lo tomé yo. Pero llévatelos, tú me protegiste sin conocerme y eso no lo olvido, y si un día me necesitas, no dudes en buscarme.
Entraron al pueblo y bajó Argelia del camión y todos la vieron con respeto. Tenía razón; ¡no volverían a molestarla! Se despidieron.
Marco regresó a su casa, y al llegar se encontró con la novedad de que Dafne había resbalado y su caída precipitó el parto y estaba delicada. Con lo que Argelia le dio pudo pagar un buen hospital y ella y su hijo tuvieron las mejores atenciones. Argelia tenía razón, ese dinero le sirvió para eso y un tiempo más, en el que no se preocuparon tanto.
Pasaron 12 años. Sebastián, el hijo de Marco, ha crecido sano y todo es alegría en la casa, y dos chiquitines más corren por todos lados.
Marco sigue en su trabajo, en el cuál se ha ganado el cariño y la confianza de todos.
Y ahora Marco tiene una preocupación. En las oficinas de su trabajo hay muchas quejas de dos jóvenes traileros que él conoce como responsables y trabajadores, pero el encargado no deja de ponerlos en mal, ya que han desaparecido celulares y diversos objetos que los choferes traen para sus familias, y el encargado sigue tratando mal a los dos choferes nuevos. Ellos se defienden pero la duda está en el aire. El encargado viste de overol y cachucha azules con el logotipo de la empresa.
Ese día llega a comer Marco y Dafne lo nota cansado y distraído, y le pregunta el motivo y él le cuenta lo que pasa en la empresa, y Sebastián los escucha mientras los más chicos corren por todos lados. Sebastián se levanta y llena su vaso de agua y lo pone en la mesa frente a su papá y le dice: “Papá, el ladrón es un señor de overol y cachucha azules”. Y Marco lo mira y le pregunta: “¿Cómo lo sabes, hijo?”, y él le dice “Aquí lo veo, papá, en el agua, y el señor tiene lo que les falta a los traileros en su caja de herramientas”.
Marco se da cuenta que era cierto lo que dijo Argelia, su hijo nació con el don de ver en el agua, lo que también sorprende a Dafne, pero enterada por Marco, lo toma con tranquilidad. Poco a poco le harán saber que eso es para hacer el bien y no abusar de él.
Marco ya sabe cómo resolver el problema en su trabajo. Tal vez el encargado tenga que irse por su maldad al desear que culpen a los jóvenes traileros. Hablará Marco con él y el encargado tendrá oportunidad de cambiar su actitud y conservar su empleo. Él escogerá.
Lo que no podrá explicarle Marco es cómo se enteró de que el ladrón es él.
Después de tiempo, Marco creyó ver a Argelia juntando hierbas y agitando su mano al verlo pasar, y él correspondió igual, pero no volvió a verla. Él sabe bien que después debe haber regresado y cambió de lugar el cofre, pero Marco no tiene malas intenciones, y al igual que ella, tiene mucho agradecimiento por haberla conocido.
Cuento de:
María Carolina
Octubre 2016.