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Cuando muere un poeta

  • Por Raúl Sergio de la FUENTE HERNÁNDEZ
  • 10 ago 2019
  • 1 Min. de lectura

Cuando muere un poeta,

la brisa de los mares

humedece las almas,

humedece las flores

olvidadas en un jardín lejano.

Cuando muere un poeta,

el viento se detiene en

las verdes montañas,

en los bosques sombríos,

a escuchar las canciones

de las aves que lloran,

de las aves que duermen

en un nido vacío.

Cuando muere un poeta,

enmudece el rumor de los ríos,

de la lluvia ligera que se

estrella en ventanas

indolentes y frías.

Cuando muere un poeta,

los luceros del alba le

niegan sus fulgores

a las aves que cantan.

Cuando muere un poeta,

las arenas del desierto ya

no danzan al ritmo del remolino

inquieto y del espejismo incierto.

Cuando muere un poeta,

las nubes caminan lentas;

ya no importan las distancias.

Cuando muere un poeta,

enmudece la tarde calma,

que solitaria y sumisa

se incorpora silenciosa

a una noche sin alma.

Cuando muere un poeta,

otros vates; los juglares, derraman

en sus canciones las lágrimas más

amargas…

México, DF, otoño de 1985.

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